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Javier

Una antigua columna de cumpleaños (2013)

Publicado: 2020-03-24

(Cuando escribí este texto, siete años atrás, sabía que la enfermedad de Javier Diez Canseco estaba muy avanzada. Temía lo peor. Por eso, quise que fuese una muestra pública de agradecimiento, y una despedida. Fue publicada en su último cumpleaños, el 24 de marzo del 2013).

Meses después de mi renuncia al Partido Socialista, llamé a Javier Diez Canseco para encontrarnos y conversar personalmente. Llevaba en Caracas un mes y Diez Canseco llegaba por unos días. Tomé valor y marqué su número. Javier estaba en el avión y me dijo que no había problema, que lo llamara mañana a su hotel. 

Ubicarlo fue una odisea porque en el hotel jamás le dieron los recados. Tuve que ir al lobby a probar suerte y lo encontré. “En una hora me recogen, pero conversemos”, me dijo, y fuimos a uno de los sillones del bar.

Admito que en ese momento no sabía cómo empezar la conversación. Mi renuncia había generado cierta molestia en el partido y algunos todavía criticaban mi acidez hacia Diez Canseco. Mi intención era conversar sobre la izquierda y qué hacer en adelante, y saber su opinión, que siempre me pareció aguda y brillante. Pero estaba preparado para un inicial reproche suyo, y hasta había practicado mi respuesta en la puerta del hotel.

Pero todo se fue al agua porque quien empezó fue Diez Canseco mismo. Poniendo su iPad a un lado, empezó a renegar. Como siempre.

-Este hotel es una desgracia. ¡Los ascensores no funcionan! –me dijo con voz carrasposa.

Conversamos una hora de varios temas y jamás aludió a ese tema menor que era mi renuncia. Hablamos con total naturalidad. Brutalmente honesto en sus opiniones y críticas, con un gran orden mental pero también curioso, y con preguntas muy precisas sobre la vida en Caracas que me avergonzó no saber responder, recordé de súbito por qué lo consideraba tan capaz.

Así como llamó mi atención ese Diez Canseco que no se hacía mundos por peleas nimias, también me sorprendí por el Javier austero. Un amigo de mi madre contaba que lo había visto comprándose “una camisa egipcia de 500 dólares” en el extranjero, pero por años he encontrado a Javier usando el mismo polo blanco con pitas en el cuello –día, noche, verano e invierno-, tanto que no sé si le gusta mucho o tiene varios ejemplares del mismo. O que muchas lo vi llegar al partido con una casaca marrón tan vieja y ajada que tenía ya tres colores. Seguramente, el amigo de mi madre se confundía de Diez Canseco y hablaba de Raúl.

En El Salvador, estuve una tarde de sábado caminando con Javier en un inmenso y exclusivo centro comercial que quedaba frente a nuestro hotel. Tras una hora de vueltas y conseguir lo que él quería, me preguntó qué buscaba yo. Le dije que necesitaba una lavandería.

-Anda lava tu ropa en el caño –me dijo.

Volteé para mirar si lo decía en serio.

Sí, lo hacía.

-Compras detergente, pones el tapón, llenas de agua el lavabo, le echas el detergente, metes tu ropa, la refriegas bien y de ahí la cuelgas en la ducha. Te sale más barato.

Alojados en un hotel cinco estrellas, Javier Diez Canseco me proponía lavar mis medias en el baño. Sin ostentación, sin rodeos, más barato.

También conozco al Javier que odia la zalamería, que detesta la adulación. Al Javier que odia la solemnidad, a pesar de ser solemne. Al Javier que quiere que la gente ría más, a pesar de ser tan serio. Al Javier terco. Al Javier quejón, que siempre le ve un lado negativo a todo. Que no le gusta la playa, el sol, la lluvia y las nubes. Que odia a su perro.

También conozco al Javier brillante, que cerraba una discusión partidaria con una alocución de trescientos segundos. Que persuadía a veces con el solo magnetismo de su presencia y ordenaba al mundo al tomar la palabra. Que tenía más energía que el resto. Al Javier paciente, cuya cara nunca se desmoronó en reuniones insufribles que a mí me arruinaban la vida. Al Javier cariños, que cuando tiene al frente a su nieta se le desmorona la coraza revolucionaria y queda solo un abuelo chocho. Al Javier luchador, no solo en la vida política sino también en la vida privada. Al Javier que una noche encaró airadamente a cinco jóvenes oligárquicos por maltratar y denigrar a un mozo, casi sin medir las consecuencias. Golpeó la mesa con fuerza y les gritó veinte palabras. Solo éramos nosotros en el restaurante. Yo esperaba el inicio de una pelea donde no sería de ayuda, pero no: los jóvenes pidieron disculpas.

A diferencia de otras veces, hoy quiero enviarle muchas fuerzas a Javier y decirle gracias. Gracias por luchar, por haber persistido, por no rendirse. Porque para muchos jóvenes sin familias militantes, el único referente de izquierda fue por mucho tiempo ese barbón de ojeras que salía en televisión, enérgico, convincente, que decía cosas que el resto no mencionaba. Que peleaba solo contra grandes empresas y podía pelearse solo con todo el pleno del Congreso. Gracias, porque su imagen incentivó a muchos a involucrarnos en política. Decenas que se volvieron cientos, cientos que se volvieron miles. Y miles que se volverán millones.


Escrito por

Carlos León Moya

Contratista de Odebrecht.


Publicado en

Reforma Agraria

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