#ElPerúQueQueremos

última página del acta original de la sesión del consejo de ministros donde se aprobó la reforma agraria

24 de junio de 1969

El Consejo de Ministros que aprobó la Reforma Agraria duró 15 horas y 30 minutos. Para las personas involucradas, duró mucho más.

Publicado: 2019-06-24

1 

A las 15:15 horas del 23 de junio de 1969, Juan Velasco Alvarado inició la sesión extraordinaria del Consejo de Ministros, que había sido convocada de emergencia.

Velasco empezó diciendo que se había visto obligado a convocarla “por razones de fuerza mayor”. Esas razones eran “los acontecimientos de Huanta”, ocurridos apenas horas antes

Debido a eso, continuó Velasco, el gobierno necesitaba “un golpe de efecto”. Por eso los había convocado. En una reunión con los Comandantes Generales de las otras ramas de las Fuerzas Armadas, “se ha visto en la necesidad de actuar rápidamente promulgando la Ley de Reforma Agraria”.

Tenían el apoyo de varios obispos de la Iglesia, que días antes habían publicado un comunicado “con planteamientos muy avanzados”. Pero también tenían el garrote: Velasco dijo que a los que intenten sabotear la reforma, les sería aplicada la Ley de Seguridad Interior.

El proyecto de ley que estaban por discutir había sido trabajado durante meses por una comisión que contaba con la confianza del propio Velasco. La Sociedad Nacional Agraria, que alguna vez fue la asociación más poderosa del país, había pedido insistentemente integrar esa comisión.

Velasco dijo que, aunque ellos no habían integrado la comisión “como es lógico”, habían recibido sus sugerencias.

Era un cambio brusco. “Lo lógico” era que la Sociedad Nacional Agraria estuviese fuera.


2

El 4 de octubre de 1968, en su oficina del Ministerio de Agricultura, Benjamín Samanez Concha recibió una llamada telefónica de Leonidas Rodríguez, que estaba junto a Enrique Gallegos. Querían conversar con él en Palacio de Gobierno.

Samanez conocía a Gallegos desde 1962. La Junta Militar que presidía el país entonces, liderada por los generales Nicolás Lindley y Ricardo Pérez Godoy, había iniciado una reforma agraria en el Valle de La Convención, en Cusco. Era una medida preventiva: la zona era escenario de movilizaciones campesinas y escaramuzas armadas, y los militares creían que la mejor forma de evitar un rebrote no era la pura represión, sino eliminar también la distribución injusta de la tierra y acceder a varias de sus demandas. Hasta entonces, los hacendados de la zona entregaban pequeñas parcelas de tierra a los campesinos a cambio de que estos realizasen trabajo gratuito en su hacienda. Según Samanez, por “2 o 3 hectáreas” de tierra los campesinos debían realizar “cuatrocientas a quinientas jornadas de trabajo”. Como era imposible realizar las cosechas y cumplir con las jornadas a la vez, ellos terminaban involucrando a sus esposas e hijos.

Para tal fin, se creó la Comisión Coordinadora de la Reforma Agraria, en la que trabajó Samanez: era ingeniero agrónomo, era de Cusco y sabía quechua. Gallegos, que también era de Cusco, era el representante del general Lindley ante la Comisión.

En julio de 1963, la Junta Militar entregó la Presidencia a Fernando Belaúnde Terry, que había ganado las elecciones. Pero el retorno de la democracia en el país no trajo ninguna mejora sustantiva en el valle de la Convención. Según Samanez, la reforma agraria se paralizó. Los hacendados que habían perdido sus tierras se organizaban para recuperarla.

Para tratar de sacarla adelante, Samanez buscaba al inicio a autoridades civiles, pero no encontró receptividad. Decidió buscar entonces a los militares de la rama de inteligencia del Ejército, a quienes había conocido en su trabajo en la Comisión. Entre ellos, a Leonidas Rodríguez y Enrique Gallegos, que trabajaban bajo la jefatura de Edgardo Mercado Jarrín. Según Samanez, en ellos encontraba no solo receptividad sino mayor sensibilidad. Algunos conocían los casos de abuso y explotación en persona. El objetivo de Samanez era que ellos elevasen el tema al Ministerio de Guerra, y desde allí lograsen algún impulso.

El mismo 4 de octubre Samanez Concha entró a Palacio de Gobierno con Lander Pacora, que trabajaba junto a él en la Dirección de Reforma Agraria. Ahí estaban Rodríguez y Gallegos junto a otros coroneles. Era su primer día como asesores del Presidente de la República.

Le dijeron que lo ocurrido el día anterior “no era un simple golpe”, sino un proceso de cambios. Y una de las medidas a la que querían dar énfasis era la Reforma Agraria.

Samanez era escéptico y se los dijo. Les pidió demostrar sus intenciones.

Conocía al nuevo ministro de Agricultura, general José Benavides Benavides. Había sido Jefe de Inteligencia del Ejército y sabía cómo pensaba.

-Quisiera ver que Benavides autorice la expropiación de la Cerro de Pasco.

-¿Por qué la Cerro de Pasco?

-Porque el Presidente de la Cerro es su pariente.

Se refería a Alberto Benavides de la Quintana, fundador de Buenaventura.

Según Samanez, las haciendas de la Cerro de Pasco casi no habían sido afectadas por la ley de Reforma Agraria de 1964. Solo expropiaron una parte del fundo, y para que el resto sea afectado se necesitaba la aprobación expresa del Ministro de Agricultura. Es decir, Benavides.

Los asesores le pidieron 15 días para solucionarlo.

En algún momento de la reunión, Samanez se encontró con Velasco. Lo vio fatigado y cansado. Velasco le dijo que el objetivo del gobierno era realizar transformaciones. Que conocía el problema agrario, que su equipo confiaba en él, que sabían de su trabajo. Que colaborase con la Revolución.

Tres días después, en la segunda sesión del Consejo de Ministros, el propio Velasco puso en agenda la afectación de las haciendas de la Cerro de Pasco. Dijo que lo mejor era “continuar con esa labor inmediatamente”. José Benavides parecía incómodo. Respondió que no tenían un conocimiento claro de la situación, y esbozó varios argumentos económicos sobre el tema para mostrar su complejidad. Los argumentos económicos suelen ser la estrategia más eficaz para dilatar las cosas.

Velasco insistió: ordenó que su ministerio haga un estudio del tema, y que lo tratarían la semana siguiente. Benavides aceptó, pero hizo una demanda: que no volviesen a llamar a ninguno de los funcionarios de su Ministerio sin su conocimiento. Sabía que Samanez y Pacori habían asistido a Palacio de Gobierno.

Recién el 31 de octubre el Consejo de Ministros volvió a tratar el tema de la Cerro de Pasco. Antes de fin de mes se había cumplido el pedido de Samanez. En aquella sesión, el ministro Benavides informó que ese fin de semana debía realizarse una Exposición Agropecuaria, y que él había preparado “un discurso que contenía los lineamientos generales de la política agraria”. Dada la importancia del evento, creía que quien debía exponerlo era el propio Velasco, en su condición de Presidente.

Benavides leyó el discurso ante el Consejo. Muchos de los ministros hicieron cambios.

Exponer los lineamientos de la política agraria en aquel evento hubiese implicado para Velasco un compromiso público. En ese momento, su posición no era mayoritaria entre los ministros. En la práctica, estaba casi solo.

Velasco dijo que no asistiría al evento. La exposición debía darla Benavides.


3

Antes de discutir el proyecto de ley de Reforma Agraria, el ministro del Interior explicó al Consejo lo ocurrido en Huanta. Era lo usual en el gobierno militar. Hasta entonces, todas los Consejos de Ministros empezaban con el ministro del Interior explicando las actividades de los opositores. Como si se tratase de una guerra, primero empezaban analizando las posiciones del enemigo.

El ministro del Interior concluyó que lo ocurrido en Huanta, que graficó como una serie de violentos ataques a las instituciones del Estado, “no era un ataque espontáneo” sino que debía haber sido dirigido por algún partido político desde Lima.

Velasco, por su parte, pidió al ministro de Educación restablecer la gratuidad de la enseñanza para la secundaria. El ministro le pidió volver “entre 5 y 6 de la tarde” para presentar un proyecto de ley.

Allí recién empezaron a discutir la reforma agraria.


4

En 1967, el Instituto de Estudios Peruanos editó un pequeño libro titulado “La Hacienda en el Perú”. En el ejemplar que tenía Guillermo Figallo hay una dedicatoria en la página inicial, al lado derecho de un mapa:

“Para Guillermo Figallo, en caminos confluentes donde debemos caminar para acabar con un ritmo que no nos es eficaz”.

La firma es de José Matos Mar, uno de los autores del libro. La fecha es 30 de noviembre de 1968.

Figallo leyó el libro y marcó algunas secciones. Con lapicero, corrigió las cifras de un cuadro de distribución de las haciendas según su área cultivable. En el párrafo que refería a Magdalena Vieja y Aucallama, los primeros “pueblos indígenas” fundados por el Marqués de Cañete en 1560 y 1561, marcó tres líneas lapicero azul y escribió al lado la palabra “Comunidad”. En otra página, subrayó la siguiente línea: “el servicio personal (en las haciendas) fue gratuito hasta 1601 (…) y se logró su regulación definitiva en 1687”.

En la página 253, marcó buena parte de un párrafo con lápiz y escribió a su lado una palabra que se ha borrado con los años. Una de las secciones señaladas dice:

“De hecho, (las gentes de hacienda) constituyen, en el interior de la estructura social de la región, una casta aparte. Les está negado el derecho a desplazarse; están ligados a la tierra en que han nacido y de la que no pueden salir sino escapándose. El derecho de propiedad les es negado; no pueden, sin autorización del patrón, comprar o vender. Se les rehúsa el derecho de promoción social; ninguna hacienda tiene escuela y los hacendados exigen que la mano de obra se dirija a ellos en quechua. Por último, hasta hace poco, las ‘gentes de hacienda’ dependían únicamente de la justicia del patrón”.

La oración culmina con una referencia a la nota al pie número 12. Al final de la página se lee:

“(12) En 1958, un hacendado de Lircay hizo mutilar a uno de sus trabajadores de hacienda que le había ‘faltado el respeto’: el trabajador en cuestión no se había arrodillado de él ni le había besado la mano”.


5

El reciente ministro de Agricultura, general José Barandiarán Pagador, expuso la ley y dijo que esta “efectuará un cambio muy profundo y real de las estructuras”. Al final, para sustentar que ese proyecto estaba dentro de lo ofrecido por el gobierno militar, leyó el segundo punto del Manifiesto Revolucionario: el objetivo del gobierno era “transformar la Estructura del Estado”, promover a niveles de vida dignos “a los sectores menos favorecidos de la población”, y realizar “las transformaciones de las estructuras económicas, sociales y culturales del país”.

Luego, leyeron el proyecto de ley artículo por artículo. El Consejo de Ministros se declaraba en sesión permanente.


6

El 5 de mayo de 1969, la delegación peruana encargada de resolver los problemas legales derivados de la expropiación de la International Petroleum Company asistió a la Casa Blanca, en Washington. Habían sido invitados por el entonces Presidente Richard Nixon.

La conversación en la Sala Oval fue distendida. No tocaron de forma abierta el tema IPC. Según Arturo Valdés Palacio, que estuvo en la reunión, fue una suma de buenos deseos junto al interés de Nixon por saber quiénes eran ellos, qué hacía cada uno en el gobierno militar, qué querían hacer con el Perú.

En un momento, Nixon le preguntó al general Marco Fernández Baca, jefe de la delegación peruana y que semanas después sería el primer presidente de Petroperú, qué sería lo primero que haría él si el gobierno estuviese en sus manos y tuviese todos los medios necesarios. Atender la educación, contestó Fernández Baca. En el Perú muchos escolares no tenían útiles o siquiera carpetas, especialmente en la sierra.

Nixon miró a Valdés. Según narró él mismo, se le había escapado una mueca cuando escuchó la respuesta del jefe de la delegación. Nixon le hizo la misma pregunta a Valdés: ¿qué haría él primero?

La reforma agraria, contestó Valdés.

La delegación peruana salió de la reunión en fila india. En uno de los corredores de la Casa Blanca, Fernández Baca volteó hacia Valdés, que estaba detrás suyo, y le preguntó por qué creía que la reforma agraria era prioritaria sobre la educación.

Porque para poder educarse primero hay que comer, le respondió.


7

Para junio de 1969, la discusión pública había dejado de ser si debía o no hacerse la reforma. La discusión era cómo debía ser esta: si una moderada que contemplase principalmente las improductivas y abusivas haciendas de la sierra sur, o una radical que incluyese también a los modernos y productivos latifundios de la costa norte.

Cuando Velasco inició su gobierno estaba en minoría. Pese a ser Presidente, las salidas radicales estaban casi bloqueadas. Tuvo que esperar. El Consejo de Ministros fue cambiando lentamente. Pases al retiro. Renuncias. Y en el caso de la Reforma Agraria, tuvo también que maniobrar hasta conseguir la salida radical.

La Reforma Agraria no era solo un tema económico. Era un tema de poder. Quién lo tenía y cómo lo habían ejercido. Cómo se les debía arrebatar ese poder. Finalmente, a quién había que entregárselo. Por supuesto, la pregunta final fue, a la larga, la más difícil de responder.

Para un gran sector de peruanos, la reforma agraria implicó la restitución de derechos. Para otros fue mucho más: por fin tenían derechos. La cuestión agraria, por supuesto, excedía largamente la pregunta por la productividad.

Durante ese 23 de junio, Velasco creía realmente que la reforma agraria estaba en peligro. Que la oligarquía y la derecha estaban preparando sabotajes contra la medida y contra el gobierno. La sesión de Consejo se manejó como si fuese una operación de guerra. Nadie salía de Palacio hasta que no estuviese lista la ley. Prepararon operativos para responder con dureza a la previsible respuesta oligárquica. Establecieron que los saboteadores serían juzgados en el Fuero Militar. Pero nada de esto ocurrió. No hizo falta. Aunque casi nadie lo sospechaba, la oligarquía en el Perú murió con displicencia. Sin pelear.


8

La primera comisión para redactar la nueva Ley de Reforma Agraria estaba presidida por el mismo Benavides. Solo dos de sus integrantes querían una reforma más radical y se sentían claramente en minoría: Guillermo Figallo y Benjamín Samanez.

Cuando estuvo listo el proyecto de ley, Benavides lo presentó al Consejo de Ministros. Antes del día de la sesión, Figallo y Samanez se reunieron con el Comité de Asesores de la Presidencia (COAP), donde estaban, por supuesto, Leonidas Rodríguez, Enrique Gallegos y Arturo Valdés Palacio.

Figallo y Samanez les dijeron que la ley que iba a presentar Benavides “era una mera copia de la ley anterior”, aprobada en el gobierno de Fernando Belaúnde. Había que evitar su aprobación. Aunque ninguno de los que estaba allí era ministro, el jefe de la COAP asistía con voz a los Consejos. José Graham, que era el jefe, estaba de viaje. Su reemplazo temporal era Leonidas Rodríguez.

Según Samanez, tras la exposición del proyecto de reforma agraria de Benavides, Rodríguez pidió la palabra y dijo que el tema era muy delicado, y que lo mejor era analizarlo y reestructurarlo. También que él tenía reparos en lo referido a las haciendas azucareras del norte, pues no eran tocadas por ese proyecto de ley.

Esta discordancia seguramente causó tensión en el Consejo. Al final, Velasco, que sabía ya de este impasse, planteó que se crease una nueva comisión que revisase el proyecto presentado. A ella se le sumaron nuevos miembros: además de Samanez y Figallo, estuvieron Arturo Valdés Palacio y el propio Leonidas Rodríguez. Ya no eran minoría. Querían una reforma estructural, no una convencional. “Masiva. Rápida. Drástica”, resumiría Samanez años después.

La comisión trabajó desde marzo hasta fines de mayo de 1969. Según Samanez, trabajaban todos los días, entre las tres de la tarde y las diez de la noche en una sala de Palacio. A veces, mientras discutían, se daban cuenta de que Velasco estaba detrás suyo. Entraba sin que se diesen cuenta. Velasco pedía información, documentación, hacía preguntas.

En medio del trabajo de la comisión, José Benavides dejó de ser ministro y fue reemplazado por el general Jorge Barandiarán Pagador. A diferencia de Benavides, Barandiarán avalaba el nuevo proyecto de ley.

Samanez relata que, tras presentar el nuevo proyecto de ley, quedó pendiente la fecha de promulgación. Hasta que el 23 de junio a las 6 de la mañana lo llamaron a su casa. Le pidieron que vaya ese día a Palacio de Gobierno.


9  

La sesión del Consejo terminó recién a las 5:45 de la mañana del 24 de junio de 1969. Había durado en total 15 y horas y 30 minutos.

Horas después, Velasco leería su discurso con su usual voz carrasposa. Poco antes de terminar, dijo que presentaba la ley con “la emoción profunda de una misión y un deber cumplidos”. Segundos después, recitó la frase “Campesino, el patrón ya no comerá más tu pobreza” para cerrar con un sobrio “Viva el Perú, señores”. Para entonces, Velasco llevaba más de 24 horas sin dormir.

Se aprobaron tres Decretos Leyes. El primero, 17716, establecía la Ley de Reforma Agraria. El segundo, 17717, establecía la gratuidad de la enseñanza en primaria y secundaria, salvo para los alumnos que jalasen 2 o más cursos o no asistan a clase.

El tercero, 17718, establecía el Día del Campesino.

Cuando acabó la sesión y ya los ministros se habían parado de los asientos, alguien hizo notar un detalle. Según la nueva ley, la Reforma Agraria se haría por zonas. Pero faltaba indicar en qué zona se iniciaría la Reforma ese mismo día.


10

En enero de 1969, el periodista Enrique Fairlie fue hasta el Despacho Presidencial de Palacio de Gobierno para entrevistar a Velasco.

Aunque estilizó de forma excesiva las respuestas de Velasco, volviéndolas muchas veces artificiales, hay cosas que Fairlie sí pudo retratar: Velasco invitándole sus cigarrillos negros, Velasco hablando de su misión personal. Velasco ofuscándose.

El relato empieza con Velasco hablándole emocionado de los “cinco millones de indígenas” que seguían marginados en el país. Más adelante, le preguntó cómo procedía el Gobierno Revolucionario. ¿Basándose en sus propios métodos, o en la Constitución?

-En el Estatuto Revolucionario, primero, y en la Constitución después.

Velasco parecía ofuscado.

-Esto es una Revolución. ¿Se entiende? Revolución. Si es pacífica y tranquila, tanto mejor.

En otro momento, Fairlie le preguntó si había pensado en la posibilidad de que el Gobierno Revolucionario fracase en sus propósitos.

-¿Y por qué habríamos de fracasar? –contestó Velasco.

El periodista insistió. Los problemas económicos que atravesaba el Perú complicaban el panorama, le dijo. Velasco avanzó en su respuesta: el juramento que habían hecho era cumplir con el Estatuto Revolucionario. Estaban avanzando con tranquilidad, pero “no podemos detenernos, porque somos la última oportunidad”. Insistió en que podría ofrecer su vida para conseguir los objetivos políticos de la Revolución. “Nada me importa. Cualquier tiempo es bueno para morir”.

Cuando le preguntó sobre el ritmo de las comisiones investigadoras, y por qué estas demoraban tanto, Velasco dijo una frase que bien puede aplicarse a la paciencia que tuvo en su primer año de gobierno.

-‘Despacito, que voy apurado’. Ese es nuestro lema.


11

Samanez, que había estado en Palacio durante toda la sesión de Consejo para resolver las dudas y preguntas de los ministros, relató que ya había conversado de eso antes con el ministro Barandiarán. Seguramente fue este último quien hizo la propuesta ante los ministros: debía iniciarse por las haciendas del norte. Todos aprobaron.

Cuando salieron del Consejo, Samanez encontró a varios ministros eufóricos. Uno de ellos, Aníbal Meza Cuadra, se acercó a él y le dijo:

-¡Esto es lo que queríamos hacer!


12

Cincuenta años después de aquel día, la Reforma Agraria sigue siendo un tema de debate. Acaso ahora más que antes. Hace veinte años el consenso era negativo. Ahora está en disputa. 

Por supuesto, la visión sobre la pertinencia o no de la Reforma depende muchas veces de la posición social, y hasta geográfica. En la sierra sur, por ejemplo, el recuerdo de la Reforma Agraria y de Velasco es más positivo que en Lima. Además, los detractores suelen tener mucho más poder y más alcance que las personas beneficiadas por la Reforma.

Pero los testimonios pueden romper esta norma. En el libro “Urin Parcco y Hanan Parcco”, de la antropóloga Mercedes Crisóstomo, hay 67 entrevistas a personas mayores de las comunidades Buenos Aires Parco Chacapunco y San José de Parco Alto, ubicadas en Angaraes, Huancavelica. Ambas comunidades formaban parte de una sola hacienda: la hacienda Parcco.

En el libro, los entrevistados narran sus vivencias durante la época de la hacienda y la Reforma Agraria. No es una masa informe y distante. Son personas con nombre propio, edad y hasta fotografía. Son de carne y hueso.

Isabel Buendía Lázaro, de 67 años, recuerda un día en que el patrón le pegó a su papá: “’¡Carajo, mierda, a mi toro lo has matado por no cuidar bien!’, diciendo le ha pegado a mi papá. Con la cachetada le había sacado sangre de la nariz y yo lloraba dando vuelta e un lado a otro”.

Mauro Yancari Ñahuincopa, de 78 años, narra las dificultades que tuvo para estudiar: “Recuerdo que mi papá nos ha puesto en Manyacc a una escuela, y a mi papá le había llamado (el patrón) y le había dicho: ‘¿para qué has puesto a tu hijo? ¿Acaso va a ser ingeniero, o doctor?’, diciendo le pegó”.

Igidia Buendía Ñahuincopa, de 80 años, cuenta cómo era servir en la casa del patrón: “No nos servían la comida. Había una cocinera, una tal Pancha. Ella sin que le vea nos daba comida; nos servía sopita (…) En la mita lloraba mucho, con mi mantita, mi faldita me ponía. Rosa Patiño nos hacía dormir así: en el suelo”.

Justina Urbina de Ñahuincopa, de 73 años, tuvo una experiencia similar cuando cuidó a la esposa y la hija del patrón en su casa: “Ni siquiera nos invitaba la comida que mandaba cocinar (…) Yo dormía en su lado de la cama, en el suelo. Nos daba un pellejo de oveja y una frazadita vieja. Así era”.

Juan Velasco Alvarado murió convencido del fracaso de la Revolución, y por ende de su propio fracaso. La gente por la que había hecho la Revolución no lo había apoyado. No salieron en su defensa. Sí, había destrozado a la oligarquía, ¿pero quién aseguraba que eso era perenne?

Murió creyendo que nadie lo entendió. Que nadie defendía la Revolución. Que lo que hizo, al final, no sirvió para nada.

Así se lo hizo saber al general Aníbal Meza Cuadra, uno de sus pocos amigos, que lo visitó hasta el final en su casa de La Aurora.

-Para terminar así, más valdría no haber hecho nada.


Velasco no pudo ver la importancia que tendría la Reforma Agraria. Tampoco pudo ver el Perú más popular y horizontal que vino después de él, casi a causa de él. Menos aún que, cincuenta años después, habría varios bustos con su rostro a lo largo del país, decenas de colegios que llevan su nombre, miles de personas que lo recuerdan con cariño.

Esteban Taipe Crispín, de 66 años, encuentra la vida de Velasco muy parecida a la suya. Entiende lo que hizo, porque era como él. “Dice él (Velasco) también era hijo del sirviente de un hacendado. De niño miraba cómo el patrón le pegaba a su padre. Iba a su estudio descalzo, jugaba fútbol haciendo una pelota de trapos. Por eso, Dios le habrá ayudado. Por eso entró a la Fuerza Armada y fue presidente”.

Celestino Unocc Belito, de 65 años, dice que en la comunidad “estamos agradecidos con él hasta hoy nuestros días. Por eso, el colegio lleva su nombre, para que no nos olvidemos su nombre”.

Juan Huarancca Sedano, de ochenta años, lo resume mejor:

-Nosotros decimos: si estaría vivo hoy, le regalaríamos nuestra vaquita.


Escrito por

Carlos León Moya

Contratista de Odebrecht.


Publicado en

Reforma Agraria

Para el pago de los Bonos Agrarios, siga la flecha.