14 días de Mundial femenino
Nunca había visto fútbol femenino hasta ahora. Tras ver toda la fase de grupos del Mundial, algunas cosas aprendí.
El mes anterior decidí hacer algo que no había hecho hasta entonces: ver fútbol femenino.
Podría decir que no lo hice antes por ausencia de oferta, y es cierto. Alguna vez fui de esas personas que pasaba 8 horas al día mirando cualquier partido de fútbol por improbable que fuese, pero nunca apareció la transmisión de un partido entre mujeres para llenar ese espacio diario.
Sin embargo, lo más probable es que tampoco lo haya visto por prejuicio. En ese entonces ni siquiera me preguntaba si las mujeres tenían un Mundial. Tampoco lo busqué. No tengo excusa.
Vería entonces fútbol femenino. Qué mejor ocasión que el Mundial que empezó en Francia el 7 de junio.
Necesitaba ponerme a tono. Sabía algunas pocas cosas (Estados Unidos era la gran potencia, Alemania había sido campeona de Europa por 20 años seguidos, las nórdicas jugaban muy bien, Brasil tenía a Marta pero ningún título Mundial: parecía un terreno fértil para los países ricos). Pero debía empaparme más. Pasé horas mirando videos de partidos antiguos y estadísticas de los anteriores Mundiales.
Sin embargo, existe Latina, conocido también como Canal 2.
Aquel conglomerado de basura compró los derechos de los Mundiales de fútbol, pero decidió simplemente no transmitir en vivo el de mujeres. ¿Por qué? Porque son mujeres, y pese a que la demanda por este Mundial femenino es claramente superior al anterior, simplemente asumieron que no era rentable. A fin de cuentas, los horarios de los partidos estelares colisionaban directamente con lo más cotizado de su parrilla: el programa Válgame Dios, conducido por Peluchín y Gigi Mitre. A lo largo de esta semana, sus conductores dedicaron varias secciones a discutir si Michelle Soifer había roto su relación con Kevin Blow y a reseñar lo difícil que era para Romina Lozano olvidar a un muñeco de esteroides apodado Nicola Porcella.
Así es el mercado, dirán. Es la oferta y la demanda. Por eso, cuando venga un gobierno nacional y popular y expropie por fin Latina y utilice su señal solamente para transmitir veinticuatro horas ininterrumpidas de Nopo y Gonta nadie llorará por ellos. Nadie los extrañará. Solo aplaudiremos con alegría.
Volvamos al fútbol. Pese a Latina, y pese a que es imposible instalar DirecTV en un edificio, pude ver casi todos los partidos del Mundial femenino vía AceStream. Ayer acabó la fase de grupos y no me arrepiento de estos 14 días de fútbol. Es más, los insto a ver el Mundial. Ahora, algunas conclusiones que extraje desde mi ojo simple y amateur.
En general, las futbolistas mujeres son absolutamente todo lo contrario al burdo prejuicio construido hacia ellas.
No son débiles. “Las mujeres son débiles. El fútbol es cosa de hombres. Nosotros aguantamos los golpes. No estamos llorando como niñas”.
En realidad, las mujeres parecen tener una gran resistencia al dolor. Patadas durísimas terminan con las jugadoras levantándose del césped al poco rato. No he visto a ninguna dar esos revuelcos ridículos que hacen los varones, tocándose el tobillo con una mano y agitando la otra en el aire como si estuvieran abanicándose, con unas muecas de dolor en el rostro como si acabasen de atropellar a su perro.
A mí me sorprendió Marion Torrent, de la selección francesa. En el minuto 69, Francia buscaba su segundo gol contra una Noruega que acababa de empatarles. Centro desde la izquierda al área noruega, un mal rechazo de la defensa deja la pelota al borde del área. Corre Torrent y patea, pero su disparo es bloqueado y aún queda el rebote, es una pelota dividida, Torrent avanza hacia ella pero Ingrid Engen de Noruega hace lo mismo. Engen va con ventaja, se ve que quiere reventar la pelota y despejarla como hacía Grotto en Alianza Lima. Torrent parece leer su intención y en lugar de patear al arco salta hacia la pelota –sí, salta- y mete apenas la punta del pie para moverla un poco a la izquierda. Con la pelota a un lado, la patada de Engen, que venía con vuelo a reventar la pelota, va hacia arriba va con fuerza va directamente al muslo de Torrent con todos los toperoles. Au, mierda, fue lo que pensé cuando vi la repetición. Au, mierda. Cada que veo el video me duele.
Pues bien, me di cuenta que algo pasaba cuando Torrent no se levantaba del piso. ¿Por qué? Porque ya me había acostumbrado a que el juego en el fútbol femenino no parase tanto. Siempre se levantan. Cuando una no se levanta es porque, de verdad, algo le ha pasado. Allí pasaron la repetición y dije el au, mierda ya citado.
Por supuesto, Torrent se levantó al rato. Estuvo tendida un par de minutos y luego se paró, se sobó, tomó agüita y siguió. Y por supuesto, consiguió un penal. Hasta ahora, sigo creyendo que lo buscó.
Ese y otros partidos parecen mostrar que los futbolistas varones no solo son escandalosos, sino mentirosos y quejones. Por supuesto que la patada de un varón debe doler más, pero es improbable que todas esas patadas impliquen tanta vuelta en el piso, tanto tiempo muerto, tanta cara de dolor.
Sí, juegan bien. Aunque la diferencia entre selecciones aún es muy marcada, en cada partido uno encuentra jugadas o combinaciones magníficas, análogas a las que se encuentran en el fútbol masculino.
Aun así, es cierto que el número de errores garrafales que existe en el Mundial femenino es inmensamente mayor al del Mundial masculino. Y son garrafales de verdad. Casi un cuarto de los goles de este Mundial deben ser productos de estos.
Pero es necesario el matiz. En primer lugar, si uno es peruano debería estar ya acostumbrado a eso: ¿qué es el torneo nacional sino 34 fechas de torpezas? Ahora bien, la razón de estos errores no se debe, en absoluto, a que las mujeres sean más propensas al error por el solo hecho de ser mujeres. La causa está, seguramente, en el poco tiempo de práctica que tiene aún el fútbol femenino. Mientras el fútbol masculino lleva organizado casi un siglo de organizado, el fútbol femenino es, para muchos países, un fenómeno reciente. Además, la inversión en la preparación de las futbolistas es insignificante comparado al que reciben sus pares masculinos, más aún en los países de América Latina.
Las diferencias entre selecciones, decía al inicio, es bastante marcada. Los errores suelen concentrarse no en Estados Unidos o Alemania, sino en selecciones más débiles como Tailandia o Jamaica, o incluso en la clasificada Camerún. Una victoria por 13 a 0, como la de Estados Unidos a Tailandia, muestra una diferencia como la que hubo, por ejemplo, entre Yugoslavia y Zaire en 1974 (9 a 0), entre Hungría y El Salvador en 1982 (10 a 1), o entre Alemania y Arabia Saudita el 2002 (8 a 0). Lo más probable es que con el tiempo, y con una mayor inversión, estas diferencias se vayan acortando, como pasó en el fútbol masculino. Y lo mismo ocurrirá con los errores.
No están especialmente interesadas en su imagen. “Las mujeres viven solamente interesadas en cuidar su figura exterior, que debe ser siempre delicada, y por eso no son aptas para el fútbol, un deporte de fuerza que implica barro, sudor, sangre”.
Me ha sorprendido lo estandarizadas que lucen las futbolistas mujeres. Casi todas tienen el mismo peinado: pelo largo con cola, a veces amarrado dos veces. Sus zapatillas suelen ser del mismo color: negras, como en los ochenta. Punto.
En cambio, en el fútbol masculino hay una obsesión con la imagen, la multiplicación de la vanidad. Los peinados, los tintes, los accesorios, los chimpunes de diversos colores –azules, rojos, dorados, plateados-, los tatuajes de diverso tipo -Cristos, cruces, frases, rostros, tribales, la receta del locro en ideogramas chinos. Sea porque invertir en su imagen les genere alguna utilidad económica, sea porque los ingresos obscenos que tienen les permite ese gasto, sea simplemente porque les gusta, la diferencia en la apariencia de varones y mujeres es bastante notoria, y totalmente opuesta al prejuicio común.
No suelen ser macheteras. En efecto, no suelen serlo. Por supuesto que hacen faltas y muchas de estas son durísimas, pero es raro encontrar esos intentos deliberados de lesionar al rival, esa piconería mezclada con mala saña que deriva en una patada miserable o en un codazo en la cabeza. ¿Qué será? No lo sé. Quizá la violencia hacia el adversario no es solo una estrategia deportiva o un exacerbado ánimo de competencia, sino también un despliegue de masculinidad basado en la fuerza.
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Hay también una dimensión política en este Mundial que no se puede obviar. Y no es extra-deportivo, pues afecta directamente a las jugadoras: la diferencia salarial entre ellas y sus pares varones.
Es una pelea que dan las jugadoras de países ricos y galardonados, como Estados Unidos y Noruega, y dan también las jugadoras de países más humildes y con poco recorrido como Argentina y Chile. En ese punto, todas están jodidas. Mientras el fútbol masculino llega a niveles salariales obscenos, como el medio millón de dólares semanal que cobrará Eden Hazard en el Real Madrid, en el fútbol femenino la pelea es casi de supervivencia.
La selección femenina de Estados Unidos, por ejemplo, demandó a su Federación de fútbol por discriminación de género en marzo de este año. Según sus cálculos, entre el 2013 y el 2016 ellas recibieron como pago apenas el 38% de lo que, por la misma actividad, recibió la selección masculina.
La diferencia no es porque la selección masculina genere más ingresos que ellas. Es más bien al revés. Según la demanda que presentaron las jugadoras, en el 2016 la Federación había proyectado una pérdida neta de casi 430 mil dólares por ambas selecciones. Pero después ajustó sus expectativas y las situó en una ganancia de 17.7 millones de dólares. ¿La razón? Las ganancias generadas por el éxito de su selección femenina.
La noruega Ada Hegerberg, considerada la mejor jugadora del mundo y Balón de Oro femenino, no está jugando este Mundial. ¿La razón? Renunció a su selección en el 2017 en respuesta al maltrato que según ella recibía el equipo femenino. Desde entonces, la Federación noruega duplicó el sueldo de la selección femenina, pero ella aún no regresa.
En diciembre del año pasado, cuando Hegerberg recibió el Balón de Oro en la misma ceremonia que Luka Modric, el animador le preguntó si sabía hacer twerking.
Vanina Correa, la arquera argentina que atajó un penal a Inglaterra, se había retirado del fútbol en el 2010. El apoyo era mínimo. Una vez tuvo que dormir junto a sus compañeras en un bus porque su Federación no les había reservado un hotel. Decidió ser madre: lo que para un futbolista varón es un trámite, para una futbolista mujer implica parar una carrera. Correa regresó al fútbol seis años después. Hasta antes del Mundial, siendo ya arquera titular de la selección argentina, trabajaba de cajera en una Municipalidad.
Las jugadoras chilenas tienen un sindicato: la Asociación Nacional de Jugadores de Fútbol Femenino de Chile, formado en julio del 2016. Una de los catalizadores fue que su propia Federación había olvidado de incluir a la selección femenina en su calendario de actividades a inicios de ese año.
He visto este Mundial y en cada selección aparecen historias así. Son cosas que no sabía. Tampoco imaginaba. Es imposible mirar al costado. Cada partido no es solo un enfrentamiento contra el rival, sino contra obstáculos económicos, sociales, culturales. El fútbol es a veces mucho más que fútbol.
Mañana juega Alemania contra Nigeria por los octavos de final.