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a la izquierda, manuel ulloa tirando tafin. 1982

La caída de Kuczynski a través de Manuel Ulloa

A punto de ir a prisión por 18 meses, el comportamiento errático de Kuczynski merece una explicación. Un insumo es la descripción que hizo de Ulloa en 1977.

Publicado: 2019-04-16

El más ridículo de los encargos que tuve mientras trabajé en Palacio de Gobierno llegó un lunes a las diez de la mañana, diciembre del 2016. El día anterior, Pedro Pablo Kuczynski había declarado que no presentaría una cuestión de confianza ante la inminente censura de Jaime Saavedra. De allí lo ridículo del encargo: debíamos preparar un Mensaje a la Nación para decir lo que Kuczynski ya había dicho. 

Todo fue circense. No tenía sentido dirigirse a todo un país para anunciar algo que ya se sabía, mucho menos cuando el anuncio era que NO se haría nada. Imagínense: “Hola Perú. Vengo a decirles que cocinarán al ministro Droopy pero yo no haré nada”.

Aun así, hicimos un borrador con un par de amenazas que fue obviamente ignorado y reemplazado por uno de los Frankenstein que armaban siempre la mancha de amigos playeros del Presidente. Lo principal para Kuczynski no era ni la educación ni la arremetida fujimorista, en absoluto. Para él, lo único importante era “el crecimiento económico del siguiente trimestre en un duro contexto internacional”. No exagero: así cerraba originalmente el discurso Frankenstein. A última hora, un miembro de nuestro equipo logró reemplazar aquel final economicista por algunas frases nuestras, como “no retrocederé ni un milímetro en las políticas educativas” y “en marzo, cuando nuestros niños vuelvan a clase, la Reforma Educativa seguirá allí”.

Más allá del obvio hurto a Monterroso, cometí un error. Creí que con esas frases de contrabando habíamos conseguido un compromiso público del Presidente de la República. Sabíamos que el tema educación le interesaba tres pepinos, pero si ya había dicho que defendería la reforma frente a todo el país, tirarse para atrás le iba a ser políticamente costoso.

No había concluido aún que Kuczynski no tiene ningún respeto por los compromisos, y que en su escala de preferencias lo menos importante era el costo político. Pero había otra cosa más importante: Kuczynski podía leer en voz alta cualquier cosa que tuviera en frente sin asumirla como propia. Y eso es un patrón de conducta. Los que han interactuado con él saben que Zelig Kuczynski tiene siempre la postura política de la última persona con la que conversó. De allí que varios creyeran que podía ser confrontacional.

Una de esas personas fue Rosa María Palacios. En aquellos días, fue ella quien más lo animó a confrontar. Aunque me tiene bloqueado de Twitter, Palacios fue vital para poner la cuestión de confianza en la agenda pública y en la del Ejecutivo.

Una de los recursos retóricos que utilizó entonces fue la alusión a Winston Churchill. Sabía que Kuczynski lo admiraba y quería “darle por su lado”.

Palacios tampoco había concluido aún que Kuczynski era en realidad una versión pixeleada de Chamberlein. Vamos: una cosa es permitir que los nazis invadan los Sudetes para ahorrarte una mecha con la Wehrmacht, pero otra es cederle medio Estado y liberarle a su preso al espantapájaros fujimorista para evitarte los tuits de Karina Beteta. Puesto en 1938, Sir Neville Kuczynski hubiese ofrecido Polonia y los Balcanes ese mismo día.

Aunque la metáfora británica fue imprecisa, sí considero útil mirar a los políticos del presente a través de alguna versión suya del pasado. Saber además cómo juzgan a personajes pasados es también un insumo para entender su comportamiento, especialmente cuando sus biografías y acciones se asemejan.

En el caso de Kuczynski, el personaje pasado no es ni Churchill ni Chamberlein. Es Manuel Ulloa Elías. Asumamos junto a Hegel que los personajes históricos aparecen dos veces, y recordemos a Marx para saber a quién le corresponde el papel de farsa.

El olvidado Ulloa (1922-1992) fue, entre otras cosas, el último Ministro de Finanzas y Comercio del primer gobierno de Fernando Belaúnde, entre junio y el mágico octubre de 1968.

Aunque en su libro sobre aquel gobierno Kuczynski lo consideró eficiente y “dinámico”, Ulloa era un millonario que, en los términos de hoy, sería considerado como un caso ideal de puerta giratoria, simple y plano como Manuel Dammert. Y Kuczynski tenía una posición bastante firme sobre él.

Antes de ser Ministro, Ulloa había trabajado durante 21 años para la Casa Grace. Luego trabajó para DELTEC, un banco de inversión fundado por norteamericanos que operaba en América Latina. La labor de este banco, según el propio Kuczynski, era prestar dinero a las empresas cuando la banca no lo hacía, pero con altos intereses. Lo mismo hacían con los gobiernos: otorgaban préstamos de corto y mediano plazo, con montos más altos que los bancos de Nueva York y con intereses dignos del Banco Azteca.

DELTEC era, a decir de Kuczynski, una “oveja negra” de la comunidad financiera. Y Manuel Ulloa llegó a ser el Presidente de aquella oveja.

Ahora bien, desde que Fernando Belaúnde con pijama asumió la Presidencia del Perú en 1963, DELTEC empezó a entregar créditos al Estado peruano. Kuczynski mismo diría que DELTEC los promocionaba “agresivamente”, y que su aceptación por parte del Perú “contribuyó a los problemas financieros de 1968”.

Volvamos a Ulloa. En 1965, compró esa malagua llamada diario Expreso. En 1967, Ulloa renunció a la Presidencia de DELTEC. Y al año siguiente, maravilloso 68, se convirtió en nuestro ministro de Finanzas. En otras palabras, Ulloa pasó de enyucarle al Perú préstamos con altas tasas de interés a defenderlo de este mismo tipo de acciones. Puerta giratoria pero con vuelo. Y encima, tenía su propio diario.

Evidentemente, este era un flanco abierto: Ulloa era señalado como un pata que servía a otros intereses, no los públicos. Y si te ponías antimperialista, podías decir que también servía a los Estados Unidos: ya les dije, había trabajado para la banca en Nueva York, DELTEC era norteamericana. Juan Velasco Alvarado diría después que cuando expropiaron La Brea y Pariñas hicieron vibrar “hasta al mismo Ulloa”; es decir, él era lo más bajo en el escalafón del patriotismo.

Sin embargo, para Kuczynski la causa principal de estas críticas no era ninguno de los elementos reseñados, sino “los celos” que generaba entre los peruanos “su origen cosmopolita y su éxito personal”. Los críticos de Ulloa, en verdad, “resentían su rápido ascenso en el negocio de los periódicos”. En otras palabras, las dudas sobre su idoneidad se fundaban únicamente en el más puro resentimiento, propio de los marrones misios y de la gente que no viaja. Resentidos.

No es exageración. Todo lo expuesto está en “Peruvian Democracy Under Economic Stress”, el libro de Kuczynski sobre el primer gobierno del archienemigo de Becky G, publicado en 1977. De hecho, Princeton University Press lo reeditó el 2015 con una muy bonita portada, pero tras la prisión preliminar de su autor bajaron su precio a 1 dólar 99 con una bolsa de Tico Tico de regalo.

Bien, ¿y de qué sirve saber todo esto?

Pues para descifrar el comportamiento de Kuczynski. Deep deep inside, Kuczynski parece considerarse a sí mismo un equivalente de la imagen idílica que construyó de Ulloa: cosmopolita, letrado, educado en Oxford y Princeton, y con un gran éxito en la banca de inversión. Por eso mismo, las críticas hacia sus conflictos de interés entre el sector público y el privado eran vacías, inválidas, producto del resentimiento, la envidia o algún interés subalterno. Desdén y frivolidad.

Es más, la única crítica que le hace Kuczynski a Ulloa se ajusta a su comportamiento posterior: la forma en que debe reaccionarse ante un escándalo. Para Kuczynski, el gobierno de Belaúnde hizo crecer el escándalo de la página 11 de manera innecesaria al mandar al ministro Ulloa a responder ante la prensa. Para él, eso fue “matar a una mosca con un martillo”, darle al caso proporciones que no tenía. Quien debía contestar, sostuvo, era algún gerente o funcionario de menor rango.

Es impresionante el menosprecio con el que Kuczynski escribe sobre uno de los escándalos de corrupción más famosos del siglo XX, al punto que 50 años después sigue generando memes. Kuczynski 1977 creía, en verdad, que lo de la Página 11 no era tan grave. Era cosa de mandar a un funcionario de rango medio no más a que apague el fuego, qué vas a mandar a Ulloa que es tan bonito y cosmopolita. Que vaya Raúl Molina.

Y por supuesto, Kuczynski 2017 aplicó el mismo criterio al escándalo de corrupción más importante del siglo XXI: minimizó los problemas, pensó que desaparecerían solos, creía que era una pantomima de sus rivales. Salvo el crecimiento económico del siguiente trimestre todo era ilusión.

La semana siguiente a la censura de Droopy Saavedra estalló el caso Odebrecht. Poco a poco fue tomando cuerpo, pero Kuczynski decidió no afrontarlo de manera directa. No había que “agrandar” el problema, como hizo Ulloa en 1968. Negó todo. Se hizo el sueco. Desconectado de la realidad, Kuczynski Unplugged tuvo la dejadez de no recabar ni transmitir la información completa sobre su propia trayectoria profesional con Odebrecht a sus ministros, al punto que la gran mayoría de ellos se enteró de esta a través de la prensa.

Hay quienes sostienen que Kuczynski hizo todo esto para ocultar su culpabilidad. Tengo la impresión de que responde más a su frívolo e histórico desdén hacia los temas políticos y sus costos. Los minimiza. Los menosprecia. No importaba DELTEC, no importaba la página 11. No importaba el fujimorismo, no importaba Odebrecht. Vivía pensando que los temas relevantes eran otros: el crecimiento del PBI, la integración comercial, el destrabe de la inversión. Nunca le importó la Peruvian Democracy, solo el Economic Stress.

Y por eso, se lo almorzaron.


Escrito por

Carlos León Moya

Contratista de Odebrecht.


Publicado en

Reforma Agraria

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