¿De qué hablamos cuando hablamos de crisis?
Crisis de ti, crisis de qué, crisis de nada
Los pájaros cantan en las mañanas, los autos se cierran entre sí, los glaciares se deshielan: hemos regresado a la normalidad. Nosotros, los de antes, seguimos siendo los mismos.
Y pensar que hace apenas tres semanas se hablaba de una gran crisis que remecía al Perú.
¿Qué rayos es una crisis entonces? Porque a cualquier cosa se le llama “crisis”. Crisis Política. Crisis social. Crisis del modelo. Penal para el Real Madrid. Roja para Buffon. Crisis en la izquierda. Crisis en la derecha. Los pájaros cantan. Crisis.
Omita por siempre a quienes le vendan lo anterior. Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando hablamos de crisis?
Una opción es entenderla como un punto bajísimo, crítico y crucial. Tan bajo que las cosas no aguantan más, tan crítico que las cosas necesariamente deben cambiar. Como las grandes crisis financieras.
Otra opción es entenderla como un momento de intensa dificultad. Y ya. Difícil. Intenso. Nada más. El uso coloquial de cada día. Como cuando no te pagan la consultoría a tiempo y tienes que mendigar para el menú, pero en dos semanas se soluciona. Estuviste “en crisis”.
La primera acepción refiere a momentos realmente excepcionales, y es acaso la definición más certera para referirnos a procesos sociales. La segunda acepción, en cambio, se puede usar de forma indiscriminada. Todos tienen momentos difíciles: los partidos, los líderes, la Juventus. Pero no cualquier momento difícil es una crisis. Tristemente, esta es la definición más usada en comentarios, columnas y programas. Cualquier pelotudez es llamada crisis.
Visto así, y ciñéndonos a la primera definición, podemos afirmar que ahora en el Perú nada está en crisis. Quizá nunca lo estuvo. Los pájaros cantan. Los glaciares se deshielan.
En este último mes, pese al cambio de Presidente, no tuvimos un cambio gigante. Ni siquiera mediano. La relación entre economía y política, o entre política y sociedad, sigue siendo la misma. El país mantiene su curso. Mejor aún, podemos decir que la salida de Pedro Pablo Kuczynski “corrigió” su curso, pero eso implica regresar a una senda ya trazada. Hay una continuidad, y eso es lo que prima. Que el Presidente deje su puesto no implica en el Perú de hoy un punto de quiebre.
Ahora, si entendemos como crisis un momento de intensa dificultad, pues claro que la hubo, para el Presidente y para el país. Pero son pequeños temblores coyunturales que a lo más llevan a ligeros reacomodos en el mismo escenario.
En el caso de la renuncia de Kuczynski, sería exagerado hablar de una “crisis política” de meses, como si todo el país hubiese estado en vilo, día tras día, hora tras hora. Concretamente, lo que estuvo en juego fue la continuidad del Presidente, y en un momento (muy breve) la del propio gobierno y la amenaza de dejar todo en manos del fujimorismo. Ese fue el punto máximo. Pero no fue todo tan largo como pensamos. Todo ese trance duró apenas 9 días: desde que Odebrecht Latinvest confirmó haber contratado a las empresas de Kuczynski (13 de diciembre) hasta que este se salvó de la vacancia (21 de diciembre). Cuando todo parecía calmarse, PPK decidió incendiar todo con el indulto. Más que una crisis, ese fue un capítulo más de la larga novela peruana de la impunidad.
La segunda parte de este trance no fue la segunda moción de vacancia. Estaba en vilo la continuidad presidencial, pero no había un gran desbarajuste. Los peruanos bien pudimos haber continuado en esa situación por años, como si nada. Sin embargo, llegaron los Kenjivideos (20 de marzo) y todo cayó muy rápido. La renuncia fue al día siguiente. Vizcarra asumió el 22 de marzo. Le ganamos a Croacia. El 23 de marzo ya no había paquetones ni álbumes de tapa dura. Le ganamos a Islandia. Volvimos a lo mismo.
Ha primado la continuidad, y también la tranquilidad ciudadana. No se puede afirmar que haya excitación en las calles. Tampoco que exista una visible efervescencia. Alguien en el futuro tendrá que mencionar que, el mismo día que el Presidente renunciaba a su puesto, las mayores concentraciones callejeras eran de las personas que hicimos colas de horas para poder comprar un álbum. Puede no gustarnos, pero no importa. No le demos a las cosas un sentido que no tienen.
Concluyamos también que, quizá en otro país, lo ocurrido en estos meses sí sería una crisis de verdad. La gente saldría en las calles, demandaría cambios, incendiaría edificios, la élite política sudaría helado, las piedras caerían sobre sus ventanas, cada uno intentaría salvar su pellejo. Pero acá no. En el Perú, además de nuestra pasiva resignación ciudadana, los políticos resisten mucho. Algunos son como las cucarachas: los puedes atacar con bombas, pero no morirán. Los acusan de narcotraficantes y se mantienen en sus puestos. Y el país no se cae, sigue. Falsifican estudios. Ratero. Coimero. Narco. Y el país sigue y nadie entra en crisis por eso. Además, ser narco es casi un ornamento de nuestra realidad política. Lo raro y crítico sería que no tengamos un narco en el Congreso. Casi que deberíamos darles una cuota.
Tampoco hay una “crisis” de credibilidad. Hace buen tiempo que la mayoría de peruanos no cree en nada: ni en el Estado ni en sus representantes ni en sus instituciones. Nada. Pero tampoco hacen mucho para cambiarlo, y tampoco se les ocurre con qué cambiarlo. Mirándolo como oferta y demanda, nuestros políticos son inelásticos. Su nivel de inmoralidad puede aumentar, pero los peruanos los seguiremos consumiendo. ¿Por qué? Porque tampoco tenemos substitutos. ¿A quién ponemos en su lugar? ¿Con qué reemplazamos a ese pan mohoso que tenemos que empujarnos cinco años? No hay respuesta.
Lo anterior, repito, no es nuevo. Es un estado de ánimo incubado desde hace tiempo, y que se agudiza lentamente. Rabia, desconfianza, resignación. Lo último es importante: así recibimos los peruanos los sucesos. Salió un Presidente, ingresó otro, pasemos la página, la vida continúa. Hace buen tiempo que tenemos la curiosa capacidad de normalizarnos con rapidez. No sé hasta cuándo dure eso, ni qué siga después de nuestra actual etapa de resignación. Pero sí que estamos hace buen tiempo en el mismo escenario. Los glaciares se deshielan. Los pájaros dejaron de cantar.