Aldo: izquierdista por partida triple
Celebro que Aldo Mariátegui haya publicado un libro. A pesar de estar en desacuerdo con él en casi todo, Aldo Mariátegui es una rara avis para los estándares peruanos: es un derechista que lee. En serio, Aldo Mariátegui lee y además entiende lo que lee, lo cual es casi un hito para nuestra derecha. Puede que su filtro ideológico lo haga leer todo mal y sacar falsas conclusiones, pero es innegable que Aldo Mariátegui es una persona más inteligente que el promedio de nuestra derecha. Al costado de Eugenio D'Medina, Aldo Mariátegui es Hegel.
La distancia me impide leer su “El Octavo Ensayo” (Planeta, 2015). Sin embargo, apostaría un cuarto de pollo a que ya me sé su tesis: no hay nada rescatable en la izquierda peruana, ni en su pasado ni en su presente, no hacen bien ni las luchas armadas ni las políticas públicas, y no son más que un grupete de clasemedieros sin conocimiento real del país. Es, básicamente, lo mismo que pregona hace años.
Yo no tengo problema con esa tesis: Aldo Mariátegui es libre de imaginar lo que guste. Pero, si ya sé qué me va a decir, ¿para qué rayos voy a comprar su libro? Intuyo que algún añadido habrá hecho el buen Aldo. Ojalá.
Pero de lo que él ha dicho sobre su propio libro, he llegado a una conclusión: Aldo Mariátegui es de izquierda.
Hablo en serio. La izquierda en el Perú ha vivido y crecido casi siempre en oposición a algo. Tenemos desde su lamentable estrategia de los años treinta (clase contra clase y todos contra el aprofascismo), hasta su penosa lectura de los años setenta contra el gobierno militar (nota al pie: aquel que vuelva a decir que “la izquierda apoyó a Velasco” porque cuatro intelectuales se metieron al SINAMOS debería ser obligado a caminar con orejas de burro por toda la Panamericana Norte).
Si vamos a hablar de la “intelectualidad de izquierda”, su rasgo más distintivo en los años setenta fue su facilidad para oponerse a todo y su ausencia de creatividad. Lo mismo puede decirse de esta en el último cuarto de siglo: contra Fujimori, contra Toledo, contra García, contra el modelo hambreador, contra el MEF, contra el modus ponens. Pero muy pocas veces –casi nunca- ofrecen en sus libros y ensayos una atractiva propuesta de país.
Bien, si el libro de Aldo Mariátegui va a decir lo mismo que imagino, y en doscientas páginas escribirá contra la izquierda, contra Velasco, contra Sendero, contra el MRTA, contra la CVR, contra el SUTEP, contra la CGTP, contra ACDC, contra Susana, contra Humala, contra Chávez, no cabe duda, tenemos a un camarada más. Recuperamos al nieto.
Es más, en ese caso Aldo Mariátegui sería doblemente de izquierda porque su libro se dirigiría a su público cautivo de siempre; es decir, a aquellas personas que leen sus columnas y le creen (porque estamos los que lo leemos y no le creemos). Claro, su público es mucho mayor que todos los columnistas de izquierda juntos, pero es la misma ecuación: un autor escribe un ensayo para su público cautivo donde le dice lo mismo que le ha venido diciendo hace tiempo, y nadie le discute porque todos concuerdan con él. ¿Qué más de izquierda que eso? Hasta podría presentarlo en la Casa Mariátegui.
Todo esto me lleva a otra pregunta. ¿Por qué, en lugar de criticar una vez más al adversario, no da Aldo Mariátegui una propuesta liberal, algún análisis más grande sobre la derecha, media idea seria sobre por qué nunca ganan elecciones?
Aldo Mariátegui tropieza varias veces cuando imagina a la izquierda, pero a la derecha sí que la conoce. Es un insider. Y escribe: no es Lourdes Flores. ¿Por qué no escribe entonces sobre la derecha, aquello que conoce, y lanza una crítica, una evaluación, una propuesta, alguna ocurrencia? Porque imagino que allí sí tendrá algo nuevo qué decir.
Ya dijo alguna vez que sus colegas ideológicos –mejor dicho, las clases altas, su público fiel, quienes celebran la continuidad tanto como él- son medio bestias, que no leen, que compran El Comercio solo para revisar Sociales y Necrológicas. Utilizó la frase “descerebrados de arriba”. Que son brutos, racistas, que se reproducen entre sí y que por no renovar su banco sanguíneo pronto nacerán colita de chancho.
Ya ha dicho que la derecha de los años ochenta le parecía lorna, aniñada y bienpensante. Que él cree en una derecha y en un liberalismo más agresivos. ¿Cuál liberalismo? ¿Cómo así? ¿Qué derecha quiere? ¿Una que clama al cielo para que dos megaproyectos nos hagan crecer a 5%? ¿Una cuya función principal es apoyar al candidato que menos le asusta en las segundas vueltas?
Mirarle el defecto al adversario desde nuestras anteojeras ideológicas, y pasar por alto las toneladas de errores que tenemos a nuestro costado, es también un deporte propio de izquierdistas.
Así es, en la izquierda está la obsesión con el APRA, si traicionó o no, si García está loco o no, y a ello se dedican hojas y hojas con la misma conclusión. También está la obsesión oral con Fujimori: todo lo malo que ocurre en el país tiene una raíz fujimorista.
El APRA no hace eso. No porque no quiera, sino porque no tiene intelectuales. Un intelectual aprista es un oxímoron.
Nuestra derecha es ágrafa, huérfana de textos. Que Rolando Arellano se haya vuelto su Friedman habla de lo mal que están.
Y Aldo Mariátegui pudo hacer más. Un esfuerzo chiquito, salirse del libreto.
Pero al parecer prefirió un libro de corte izquierdista por partida triple, aunque con mayor lectoría. Felicitaciones, compañero.