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Algo está acabando en la izquierda peruana

Todo hace indicar que el recambio generacional en la izquierda se está dando ahora mismo, de forma brusca e inesperada. ¿Pero qué se está cerrando, un ciclo, una era, una forma de hacer política?

In the old days Hortons Bay was a lumbering town. No one who lived in it was out of sound of the big saws in the mill by the lake. Then one year there were no more logs to make lumber.

Hemingway. “The end of something”.

Publicado: 2015-09-13

Raúl Wiener partió recién. Dos años atrás lo hizo Javier Diez Canseco. De su generación de izquierdistas (1), Wiener era el mejor comunicador escrito, y Diez Canseco el mejor político. No fueron los más exitosos, es cierto, pero la sensación de orfandad que dejaron es justificada. 

Mientras tanto, Verónika Mendoza se ha convertido en la principal candidata presidencial de la izquierda con una facilidad sorprendente. Se lanzó en un video fallido y tropezó en dos entrevistas seguidas, pero aun así parece superar a Marco Arana en el Frente Amplio. Más importante que eso, ha dejado fuera de juego a Únete, cuyos líderes le doblan la edad y ahora solo buscan una alianza que les asegure cierta honra.

Meses atrás, una campaña sin claridad llamada Merecemos más atrajo cierta atención mediática, la suficiente para dejar a la generación mayor sin nada que ofrecer. No es que esta campaña haya sido un dechado de virtudes: no sabemos aún qué buscan, y sus videos eran de una vaguedad espantosa. Pero sus miembros eran jóvenes, frescos, prometedores, mientras al otro lado persistían esas horribles mesas largas e inacabables donde treinta dirigentes de la nada, todos hombres, se pelean por sentarse y aparecer en la foto del día siguiente.

En suma, los mejores exponentes de una generación nos van dejando. Los que quedan, viven un naufragio político alucinante, agrupados en un frente electoral espanta-gente. Y varios jóvenes menores de 40 han estado al centro del debate público, con una facilidad acorde a la precariedad de nuestro medio.

¿Qué estamos presenciando? Hace algunos años, la vieja generación de dirigentes lucía inamovible, eterna. El 2011 parecía el mejor momento de su carrera. Hoy nadie piensa en ellos. ¿Estamos ante un recambio generacional? ¿Qué es esto? ¿El fin de algo?


Cambio de guardia

Borracho de optimismo, cometí un serio error de apreciación en un viejo artículo del 2011. Allí sostuve que la Generación del 68estaba en su mejor momento, y era cierto. Pero nada, nunca, debe asumirse permanente en el Perú. Todo es estacional.

A fines de ese año, los personajes mencionados tenían heridas en el rostro y estaban fuera del gobierno. Algunos nos fueron dejando. Luego, Susana Villarán recibió el peor castigo: la antipatía popular. Hoy, que esa generación bordea los 70 años, parece improbable que el destino les regale una segunda oportunidad.

Como mencionaba antes, políticos más jóvenes, más diversos, menos duros, van tomando la delantera. Ha pasado tan rápido que casi no nos hemos dado cuenta. Antes era un discurso marginal, hoy está al centro de las negociaciones. Las planchas que cada grupo sueña lo denotan: “Mendoza, Tejada, Villanueva” dicen unos; “Mendoza en binomio con García Núñez” claman otros. Hace unos años, un joven en una plancha era motivo de risa. Hoy la biología puede más que la correlación de fuerzas.

Todo hace indicar que el recambio generacional en la izquierda se está dando ahora mismo, de forma brusca e inesperada. ¿Pero qué se está cerrando, un ciclo, una era, una forma de hacer política?

Hasta ahora, no parece cerrarse nada, salvo el protagonismo de una generación de políticos que tuvo al éxito de espaldas. Debo admitir que me parecía necesario, y lo celebro. Sin embargo, el fin de una generación, el fin de una plana dirigencial, quizá no sea tan definitorio en el devenir inmediato de la izquierda. No parece ser el fin de un ciclo, y tampoco parece abrirse una nueva era. Es más modesto. Es el fin de algo.


Nuevos rostros, viejos problemas

Algo, porque no sabemos aún con certeza qué es lo que va a cambiar. Si ocurre, será en los siguientes meses. Pero ahora, lo que se aprecia son viejos problemas que arrastra la izquierda en manos de actores más jóvenes.

No está resuelta nuestra relación con la democracia y los derechos humanos, antiguo conflicto que arrastramos desde la época de Sendero. Nuestra posición ha sido errática, equívoca, conflictiva, en una tercera posición que nos trae más problemas que beneficios: desde la tercera vía ochentera –ni la guerra popular, ni la democracia burguesa- hasta la insuflada discusión por Venezuela –“no sé si es democracia, pero tienen elecciones”.

Tampoco está resuelta nuestra relación con las elecciones y su dinámica: ¿moderarse o radicalizar? En elecciones se apela a un público muy grande y complejo, mucho más que nuestro enano público cautivo. La existencia de intereses diversos y difusos, a veces contrapuestos a los nuestros, exige de nosotros cierto lenguaje y cierta plataforma. Uno no hace lo que quiere, sino lo que puede.

Y esto nunca lo hemos resuelto. No existe una estrategia única, sino una multiplicidad absurda que antes correspondía a cada partido que postulaba para perder. Cabe preguntarse qué pasará con el Frente Amplio ahora, ¿se moderará, basado en experiencias recientes, o se radicalizará, imaginando que existe un 30% radical? ¿Buscará capitalizar a ese pequeño público cautivo hasta llegar al 10%, o intentará ganar una porción mayor y pegarse al centro, so riesgo de ser llamados “funcionales a la derecha”? Más importante que lo anterior: ¿generará alguna ruptura?

No se puede solucionar en dos meses problemas que tienen dos décadas, es cierto. Mi punto es que el súbito cambio generacional pone, afortunadamente, a la izquierda en una mejor posición frente a la gente, pero aún no hay nada sustancialmente distinto a lo anterior. ¿Lo habrá?

Debo admitir, sin embargo, que donde sí hay un cambio es en los estilos de liderazgo. Quizá el modelo del izquierdista promedio sea Javier Diez Canseco, quien tenía un estilo duro muy marcado. Era peleón, vehemente. Hacia afuera no mostraba dudas sino convicciones de piedra. Y hacia dentro, si no sabía algo, te hacía un interrogatorio criminal. Es un estilo que varios tienen como modelo, y yo soy uno de ellos.

Verónika Mendoza es muy distinta, y quizá eso sea bueno. Es firme, pero no vehemente. Sabe defender sus principios, pero no muestra dureza. Mendoza puede ser tan firme y principista como Diez Canseco, pero lo es a su estilo. Un estilo nuevo, válido, seguramente un hándicap en un país machista y autoritario como el Perú. Aun así, está muy bien que exista. Otra performance es posible.

En suma, se aprecian cambios en la cumbre de la izquierda, pero sigue en pie aún lo sustancial. El recambio generacional que se reclamaba antes venía con todo nuevo: prácticas, programa, rostros. Hoy, solo tenemos nuevos rostros y los mismos problemas de siempre. Pero por algo se empieza.


(1) Podría agrupárseles en “La Generación del 68”, como la denominase Alberto Flores Galindo en 1987.


Escrito por

Carlos León Moya

Contratista de Odebrecht.


Publicado en

Reforma Agraria

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